La conversión de los descreídos - Alejandro Dolina

Publicado en por PORTER

Entre tantos amoríos como tuvo, el poeta Jorge Allen solía encontrarse con Adriana, una muchacha silenciosa y apasionada, con amplia vocación de clandestinidad.

Ella jamás proporcionaba ninguna clase de información mundana. Allen nunca supo su apellido, ni conoció a ninguna de sus amistades. Tales lejanías entusiasmaron al poeta, de modo que sus citas se hicieron cada vez más frecuentes. Pero no puso en ellas más que una pasión violenta. No sentía celos ni interés por lo que Adriana hiciera más allá de sus encuentros. Él creía saber que ella estaba de novia con un escribano o tal vez con un esgrimista.

Una noche cualquiera, la hermosa muchacha le dijo: - a partir de ahora nos veremos menos. Tengo un novio. Allen no se alarmó. Pero lo cierto fue que jamás volvieron a verse. Cuando comprendió el carácter definitivo de aquel abandono, el poeta reparo en unas tristezas nuevas, que no había experimentado nunca, ni siquiera ante la ausencia de sus novias mas clásicas. Por un instante, sintió la tentación de escribirle o de llamarla por teléfono para revelarle un amor que nunca se había verbalizado. Pero no lo hizo. Largos años de sabiduría amorosa le decían que las personas que abandonan no desean oír declaraciones del abandonado. Se dispuso entonces a sufrir el silencio sin molestar a nadie con esperanzas.

Hubiera sido conveniente para esta historia que Adriana también descubriera un amor profundo que no había podido ser percibido entre los apurones del furor erótico. Tal cosa no sucedió. Nadie supo mas de ella.

Jorge Allen era poco propenso a la confidencia. Sin embrago un año después, aburrido por el retraso de unos trenes, le contó a Manuel Mandeb los pormenores de su desventura. Mandeb se subió a uno de los bancos de la estación y gritó:

-¡Milagro, milagro!

Después abrazó a Allen y le dijo:

-         Hasta hoy no poseía la fe, pero al oír esta historia, he comprendido que es inevitable que el cielo exista o que volvamos a nacer de algún modo. Hace falta otra vida, amigo Allen, sólo para que esta mujer sepa que ha sido amada de un modo irrenunciable por el hombre menos constante. No hay nada superfluo en el universo. Y una pasión como la suya no puede incendiarse sola, sin producir consecuencias, sin que se caigan algunos imperios. Esta noche, cuando llegue a su casa, vaya escribiendo un poema. No cometa la torpeza de buscarla para entregárselo. Guárdelo para el día en que todos nos encontremos otra vez. Eso sí, recuerde que ella tampoco lo amará en esa nueva existencia. Seguramente, encontrará un paraíso junto al escribano o al esgrimista. Usted sufrirá, en ésta y en todas las vidas. Pero piense que, gracias a ese sufrimiento, hemos venido a saber que el mundo tiene un sentido.

En ese momento llegó el tren y los amigos ya no volvieron a hablar del asunto. Jorge Allen solo escribió una línea del poema:

Por dentro y por fuera, tu cabeza ardía…

 

Manuel Mandeb mantuvo su fe hasta unos meses más tarde, cuando otros amores y otros desengaños lo hicieron regresar a su viejo escepticismo.

  

Alejandro Dolina.

 

Consideraciones:

-         En cuestiones amorosas no dejar nada implícito.

-         Hay que darse cuenta de las cosas a tiempo. Lo que uno calla, debe ser para siempre.

-         Si los trenes no llegaran tarde, quizás Mandeb hubiese evitado el dolor de volver a su viejo escepticismo.

 

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