Olvido - Alejandro Dolina

Publicado en por PORTER

La isla de Léucade, en el mar Jónico, tiene una punta altísima y escarpada que penetra en el mar y se interrumpe abruptamente formando un abismo que produce vértigo.

En la antigüedad, los enamorados no correspondidos acudían a ese sitio para buscar remedio a su pena. Según la leyenda, era necesario arrojarse al mar desde aquel promontorio. El salto era tan peligroso que muchos morían. Pero el que tenia la suerte de sobrevivir olvidaba todos sus pesares. Algunos pescadores del lugar se ganaban la vida rescatando de las aguas a quien no morían. Por esa tarea cobraban una suma modesta.

En tiempos posteriores, se construyó un templo de Apolo. Antes de saltar, los enamorados sacrificaban un animal para que el dios hiciera suave su caída.

Los mitógrafos explican que las virtudes de la roca fueron descubiertas por el mismo Zeus. El príncipe del Olimpo, desolado por el rechazo de una ninfa, pasó largas horas sentado en aquella cumbre hasta que advirtió que un saludable desinterés se apoderaba de su corazón. Olvidada la pena y también su causa, Zeus regresó a su palacio y recomendó a los otros dioses pasar por Léucade cuando anduvieran necesitados de olvido.

Apolo escuchó con atención aquel consejo. Tiempo después, cuando fue consultado por Afrodita, que estaba desesperada por la muerte de su amado Adonis, no vaciló en conducirla al abismo de Léucade. Siguiendo una inspiración, Apolo aseguró a Afrodita que si se arrojaba a las aguas, el olvido sería inmediato. La diosa obedeció y ya no volvió a sufrir por Adonis.

Muchos personajes fueron a buscar olvido en aquel precipicio. Deucalión, hombre inaugural y marido de Pirra; el poeta Nicostráto, rechazado por Tetigidea; Carino, que se había enamorado de un eunuco de la corte de Antíoco Eupator, rey de Siria.

Dos mujeres célebres saltaron hacia el olvido. La primera, Safo de Lesbos. La segunda, la malvada Artemisa, reina de Caria. Esta mujer había sido rechazada por un mancebo llamado Dardano. Para vengarse, Artemisa hizo que le arrancaran los ojos. Mas tarde se arrepintió. Un oráculo le sugirió que se arrojara desde la roca de Léucade para olvidar su culpa. Ella lo hizo y murió.

El más exitoso de los saltarines fue Macés, un hombre que, por haber sido exonerado repetidamente, tuvo que arrojarse al abismo siete veces.

En 1907, el médico argentino Alberto Gutiérrez Lima oyó hablar de las propiedades de la roca de Léucade. Desde hacia años arrastraba una pena de amor. La señorita Catalina Sureda lo había abandonado del modo más terminante.

Gutiérrez Lima viajó hasta las islas Jónicas, se las ingenió para llegar al promontorio y pegó el salto con triste dignidad. Ante la ausencia  de pescadores que lo rescataran, tuvo que ganar la costa a nado. Después, regresó trabajosamente a donde había dejado sus cosas. Y allí mismo, todavía mojado y en calzoncillos, se pegó un tiro.

 

Comentario:

Hay quienes pueden olvidar fácilmente. En cambio otros no olvidarán jamás por mas saltos que peguen. Quien olvida, muere. Pero en la muerte también se recuerda todo, hasta los olvidos más terminantes.

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